Tormentas

 Pamplona, 29 de agosto de 2022

Ya no hay vuelta atrás. Intuyo que hoy voy a mojarme en mi habitual paseo de tarde por el campus. La sierra del Perdón se enturbia en la distancia. Las nubes bajas presionan el aire. El aire se adensa. Los chopos que escoltan el río Sadar aparentan una falsa sequía. Palidecen los setos. Todo está suspendido. A la espera. La sombra se espesa. Las nubes aplastan y se expanden al mismo tiempo. El sol se desmaya.

Una ráfaga de viento dibuja espirales en el suelo. Las secuoyas agitan sus altas copas. Besa el pastizal la rama flexible de un sauce. Parece que sus hojas nuevas van a desprenderse. La hierba, ondulante, se riza. La oscuridad acecha.

Caen las primeras gotas. Gruesas. Plomizas. Un batallón de nubes avanza. Veloz. Un relámpago, fugaz, rasga la densa cortina gris que se acerca por el sureste. El trueno, me sobresalta. La lluvia cae ahora con fortaleza constante. Otro rayo zigzaguea alumbrando una nube oscura hasta alcanzar el suelo. La tierra va improvisando efímeros arroyos.

Arrecia la lluvia. Todo se refresca. El viento ha parado. Sobre la explanada de la biblioteca universitaria, el olivo, se mantiene sereno, muy quieto. La penumbra de su agrietado tronco exhibe una gracia providencial.

Cae mansamente la lluvia. Acompasada. Como insuflando latidos de vida. Criando vergeles de humedad. Un tímido y difuso arcoíris aflora sobre la sierra de Tajonar.

Lagrimean las hojas del sauce. Gotean los cedros. Ya no llueve. Vuelve el sol, luminoso y suave. La sierra del Perdón se aclara. Parece más cercana. El aire se libera. Respira. El cielo se abre pintando un corazón azul intenso en lo alto.

Una babosa serpentea sobre una pradera repleta de margaritas y dientes de león. El suelo emite un aroma a tierra mojada. Brilla la hierba. El paisaje, recién lavado, se alegra. Estallan mil matices en los verdes recovecos de la hiedra.

El cáncer penetró en mi cuerpo como un huracán. Cambió repentinamente el paisaje de mi vida. Casi a cada momento experimento nuevas sensaciones que me redimensionan. Sufrir el impacto de una tempestad así obliga a repensar casi todo. Propósitos, prioridades, hábitos, sentimientos. Intento sortear las turbulencias de este ciclón con naturalidad. Sin estridencias. 
Pero precisamente en la tormenta es donde asoma el arcoíris. En cada uno de los golpes de la adversidad hay un asiento para la belleza y la serenidad. Aunque hay días que me cuesta, ahí me quiero instalar. Esta tarde, agitado por la dinámica de la tormenta, me preguntaba, ¿lograré recorrer dignamente las sacudidas de mi tormenta interior?


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