Juguetes y juegos

 2 mayo 2022

Me roñan las tripas. Pocas ganas de moverme. Salgo a tomar el sol en un banco de la plaza Félix Huarte. Esta plaza es uno de mis lugares preferidos de Iturrama. Un sitio perfecto para observar sosegadamente la realidad del barrio. La plaza acoge las terrazas de varios bares y cafeterías, a los alumnos del colegio Iturrama y de la escuela de música Sebastián de Albero, a los parroquianos de la iglesia del Corazón de Jesús, a los usuarios de la biblioteca, la piscina cubierta, el auditorio y los cursos del Civivox. Sus jardines se hallan custodiados por numerosos bancos, unos ubicados al sol y otros a la sombra, muy valorados por la población más envejecida, que es mayoritaria en Iturrama.

Sentado en uno de ellos, cerca del parque infantil, resuenan rítmicamente los impactos de fuertes pelotazos contra la pared del frontón López. Contemplo a tres niños trepando por un andamiaje de cuerdas. Otros dos, más pequeños, hacen cola para deslizarse por el tobogán. Una madre mantiene su mirada absorta en el móvil durante varios minutos. En el cobertizo del Civivox tres adolescentes latinos escuchan música mientras se lían un porro.



En el otro extremo de la plaza, dos niños dan vueltas a un jardín pilotando unas sofisticadas motos de juguete, con baterías eléctricas. Motos grandes, elegantes, unas “Harley-Davidson” brillantemente plastificadas. Su notable anchura obliga a las cortas piernas a posicionarse bien abiertas. Dos parejas se sirven vino tinto y trocean una tortilla en la terraza del bar Bolun. Una de las mujeres comenta que han decidido regalar una moto al que cumplía los años y otra a su hermano para que no se sintiese discriminado.

Los niños moteros desaparecen de la plaza por la calle Iturrama. Cinco minutos después reaparecen a pie, excitados, jugando a pelearse con unas cintas de colores que utilizan a modo de látigos. El pequeño se emplea a fondo intentando fustigar a su hermano. No escatima energías hasta que lo consigue. Orgulloso de su éxito corre entusiasmado hacia la mesa donde están sentados sus padres. La madre al verlos exclama “¿Y las motos?”. Temerosa, ante la evidencia de que han quedado abandonadas en la acera, se levanta impetuosamente e inicia su búsqueda a la carrera.

De regreso a casa, por la calle Iturrama, veo una papelera rebosante de cintas de colores. La contemplación de su alegre variedad cromática me provoca una reconfortante sonrisa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Galería de evocaciones del pasado

En torno a las ruinas

Dando vueltas al Mundial de Fútbol