Volver a caminar por el monte
10 de abril de 2022
Aprovechando mi semana de descanso de la quimioterapia, como me encuentro bastante mejorado, salimos de excursión. Hoy Marimar carga la mochila. Yo, con las manos en los bolsillos, exultante de alegría.
Caminamos bordeando campos de cereal. Campos de cereal que crecen donde antaño prosperaron bosques de quejigos. Todavía rabiosamente verdes, cultivos de trigos y avenas, acariciados por un sol tibio. Sus bordes se engalanan con bellísimas pinceladas azules de verónicas, nomeolvides y globularias. También puntean de amarillo las potentillas y los ranúnculos. Más arriba, retamas, arces, fresnos, majuelos, yezgos, lantanas.
Miro un arce especialmente viejo, cubierto de líquenes. Soporta también al muérdago que lo parasita y se alimenta de su savia. Me provoca una especial ternura. Me acerco a acariciar su tronco. Resiste bien erguido pese a su debilidad. Encarará su futuro sin la menor queja. Brotando cada primavera nuevas hojas. Dando frutos mientras pueda. Sin estridencias. Hasta el final.
Seguimos, cuesta arriba, una vieja vereda. Me regocijo imaginando el ajetreo de mayorales, pastores, perros y ovejas con esquilas polvorientas por este camino de trashumancia. Ganados que, dos veces al año, se desplazaban de los valles a la montaña, y viceversa. Por la fiesta de San Pedro, subían a los pastos de verano. Y cuando llegaba el otoño, por San Miguel, bajaban de nuevo a los valles o se acercaban a la costa, donde las condiciones climáticas son menos rudas que en los puertos y los pastos se conservan lozanos. Caminando lentamente, evoco los buenos ratos pasados con Severino Pallaruelo, estudiando y recorriendo entusiasmados, las cañadas oscenses.
El paisaje todavía evidencia un pasado con gran actividad ganadera. La trashumancia favoreció la creación de una red de caminos, vías pecuarias de propiedad pública, que tuvieron su esplendor en tiempos de la poderosa Mesta, impulsora de la ganadería en la Corona de Castilla. Se movían grandes rebaños de ovejas de raza merina. Su reputada lana enriqueció, en los siglos XV y XVI, las arcas del Tesoro del Reino.
Casi en lo más alto, entre claros herbosos y quejigos, surge un pequeño rodal de pino repoblado, con sus acículas cuajadas de procesionarias. Marimar pregunta cómo habrán llegado hasta esta masa aislada de pinos. Probablemente cuando en su metamorfosis alcanzan el estadio de polilla, volarán y podrán colonizar nuevos hábitats.
Mi cuerpo ha sobrellevado bien el esfuerzo de subir al Berein. Marimar sonríe. Tomando un café en la señorial calle Mayor de Salvatierra (Agurain) le comento que en la caminata he bebido agua con más placer que si sorbiese el más sofisticado cóctel. Y que el reto del ascenso a esta humilde cima (4 km y 210 m de desnivel) me ha proporcionado tanta alegría como coronar un altivo “cuatromil” alpino. Voy tanteando mis nuevos límites físicos. Y los valoro.
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