Apuntes de un viaje a la isla de El Hierro

 El Hierro, 29 de junio de 2022


Paisaje mineral, lavas rojizas que se desploman hacia el Océano Atlántico

Cuando era niño soñaba con la isla de El Hierro. Ansiaba caminar por ella. Los mapas me invitaban a fantasear. Siempre me atrajo su peculiar ubicación. En los confines isleños. A las puertas de la inmensidad del Atlántico. Sabía que ofrece muchos contrastes. Que es la última isla canaria que emergió del océano. Que apenas si tiene playas. Que es muy ventosa. Que es la que menos turismo soporta. Que la parte occidental está prácticamente deshabitada. Que escasea la laurisilva. Poca población. Poco territorio. Mucho paisaje natural. Mucho, en poco.

En la laurisilva. Bosque que invita a la fantasía.

El avión que planea entre Gran Canaria y El Hierro es pequeño. Solo acepta 72 pasajeros. El vuelo se hace en cuarenta minutos. Las vistas aéreas del poderoso Teide, emergiendo en el centro de Tenerife son impagables. La travesía en una aeronave de turbohélices es excitante. Más ruido y mayor sensación de inestabilidad que en un avión convencional.

Avión con turbohélices en el que viajé a El Hierro

Ayer, a los diez minutos de alquilar el coche, comprobé que El Hierro es una isla pionera. Cerca del aeropuerto se ha desarrollado un audaz proyecto que cubre sus necesidades energéticas. Gracias a varios aerogeneradores eólicos la central hidroeólica de Gorona del Viento evita el consumo de petróleo. El sobrante de producción eólica permite bombear agua de un depósito a nivel del mar a otro embalse construido en altitud. Cuando no hay viento se deja caer el agua y se produce electricidad. También aporta energía a una desaladora que garantiza a la isla el agua potable. El ingenioso sistema está siendo estudiado para aplicarlo en otras islas, como en La Reunión.

Me alojo en un hotel de Valverde. Constato la amabilidad, tranquilidad y mansedumbre de los herreños. Ante todo, calma. Muchos paisanos de piel curtida. Pero también personas de otras nacionalidades. 

La mañana amanece soleada. Antes de llegar a San Andrés, breve caminata para coronar Ventejis (Montaña de Los Cepones). Viejo camino empedrado al principio. Grandes brezos, pinos y tramos de laurisilva. Pasado San Andrés, inicio el sendero de La Llanía. El rincón con más pluviosidad del Hierro. Tortuosas ramas de las que cuelgan musgos y líquenes cargados de humedad. Sombras. Bosque que invita a la fantasía. Frondosos sueños arbóreos. Alta densidad de ramas. Hojas embebidas por las nieblas. Árboles con muchos brazos, con gestos, con lamentos. Troncos que se levantan sobre un mullido suelo cubierto de hoja, de tallos, de madera blanda. Tibia fermentación vaporosa. Y vida. Fecundidad por doquier. Fertilidad que brota de un parco sustrato que fue fuego y ceniza. Sedientas lavas minerales, grises, pardas, negras… Ahora engendran un continuo y renovado verdor. Naturaleza casi mágica. Siempre en permanente proceso de reciclaje.

Remontando en coche el cordal culminante alcanzo entre nieblas el vértice de Malpaso. En estas alturas se prodiga el pino canario. Su gruesa corteza y su enorme capacidad de rebrote le permiten resistir mejor el efecto devastador del fuego. Los pastores y el ganado fueron los principales moradores de las tierras altas de la isla. Las cercas de muros de basalto y piedra pómez atestiguan un pasado casi olvidado. Caminando un poco uno constata que no sólo las sabinas han condicionado su silueta a los caprichos del viento. También lo han hecho los pinos, aunque sus troncos no se retuercen tanto. Los árboles cercanos al cresterío se achaparran. Crecen más en horizontal. Sus ramas muestran asimetrías esculpidas por el brío de los alisios. Intentan adaptarse a este entorno ventoso.

Sabina resistente al azote de los vientos

Un magnífico bosque de pino canario realza el paisaje en la carretera hacia el santuario de Nuestra Señora de los Reyes, patrona de El Hierro. Allí se respira ahora silencio. Pero el primer sábado de julio habrá jolgorio. Los herreños acompañarán la imagen de la Virgen en peregrinación hasta Valverde. Conduciendo hacia el norte, escoltado por viejas y retorcidas sabinas modeladas drásticamente por el viento, se alcanza el mirador de Bascos. Ofrece magníficas vistas sobre el pueblo de Sabinosa, rodeado por terrenos agrícolas en terrazas, y sobre Arenas Blancas. Arenas Blancas fue ganada al mar en la última erupción volcánica. Su atormentado relieve costero es el más joven de la isla. El territorio ubicado entre Sabinosa y Frontera exhibe su fertilidad haciendo prosperar generosos cultivos hortícolas y viñas. Tierra bendecida por la frescura de los alisios. Humedad para el plátano, el tabaco, los huertos. Tomateras y vides que prosperan como ave en jaula. Tapiadas y rebozadas de ceniza. Bien protegidas del viento.

 

Pero esa exuberancia es engañosa. El problema secular de la escasez de agua desafió el ingenio de los herreños hasta hace muy poco. La vida era muy dura. Durante siglos, aljibes y pequeños depósitos de agua fueron claves para la supervivencia de paisanos, animales y cultivos. El problema de la isla es la porosidad de la roca que la constituye. La ausencia de roca impermeable, o de capas de arcilla, hace que las nieblas persistentes de la parte alta no generen ni cursos de agua, ni fuentes. La gran sequía de 1958 provocó un gran despoblamiento, una masiva emigración, sobre todo hacia Venezuela.

Casi sin suelo ni agua, de entre estas inhóspitas lavas brota milagrosamente la vida

 Conduciendo prudentemente por una pista, al borde de inestables precipicios, se desciende hasta Punta de Orchilla. El faro emerge entre volcanes. Estoy en el lugar más occidental de España. El fin del mundo conocido hasta la Edad Media. Pero, más que por este valor simbólico, el lugar sobrecoge por su soledad y su belleza volcánica. Las aristas de lava son aquí mucho más vitrificadas que en otras zonas de la isla. Las laderas de El Julan se precipitan a plomo sobre las aguas hasta suavizarse en la Punta de La Restinga.

 

Camino sobre rocas desnudas. Este desolado paisaje le provoca a uno desasosiego. Imagino energías desbocadas, fuegos arrasadores, ríos de muerte, sangre de la tierra tras un gran cataclismo. Pero, pasado el tiempo, un milagro. La naturaleza exterioriza su dinamismo. Casi sin suelo ni agua, de entre estas inhóspitas lavas brotan, en silencio, serenas y sufridas sabinas. Por sus retorcidas raíces sigue fluyendo el latido de la tierra. Desnudez mineral que amamanta la vida. Cenizas que siembran verdor y que volverán a ser cenizas. Paisaje inquietante, de enorme fortaleza, que evoca profundos misterios. Doy rienda suelta a la fantasía. Me emociona pensar que el fuego que engendró estás rocas corre ahora por mis venas.

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