El paso del tiempo

 Sabiñánigo, 3 de julio de 2022

A mi suegra Leonor no le atraen los brillos de las grandes catedrales, ni los icónicos museos que muchas ciudades ansían construir. No le interesa lo que crea riqueza o poder. Ella valora más lo cotidiano. El arreglo que ha hecho un vecino en la fachada de su humilde casa. Un puñado de cerezas que le ha traído una amiga cuyo hijo tiene un huerto. Ayer le hizo feliz una gata callejera que parió una camada de gatitos. 

Leonor es muy austera. Necesita muy pocas cosas. Solo le parecen bellas las que se usan. Su vieja cafetera, la taza que utiliza para desayunar desde hace medio siglo, la cubertería que le regalaron cuando se casó, unos viejos calcetines tantas veces remendados. Pone en valor a los objetos con los que ha compartido su tiempo. 

Aprecia mucho su casa. Cada recoveco de ella es algo muy íntimo. Cada objeto que posee tiene su sentido. Evita sentirse invadida por cosas vacías e indiferentes.

Para mi suegra la moda es comercio disfrazado de modernidad. No le ha interesado nunca. Rara vez se compra ropa. Se la diseña ella misma. Cose. Reutiliza telas viejas y usadas que han perdido brillo, que se deshilachan o decoloran. Le da gran valor al uso que han tenido. Se siente ligada a ellas. Las hace para durar. Aunque sean caducas. Es muy consciente de que el paso del tiempo corroe la vida. Pero a la vez, la exalta.

Leonor va a contracorriente. La industria de hoy fabrica las cosas para ser efímeras. Casi todo se protege con plásticos, barnices y otras sustancias para dar sensación de seguridad, de inmutabilidad, de eternidad. Aunque, en realidad, la política comercial invita a usar y a tirar casi todo con celeridad.   

Mi suegra nunca se ha puesto cremas. Le preocupa poco la estética de su cuerpo. Acepta sin pesar sus arrugas, el ir cumpliendo años. Otros sucumben al intento vano de mantenerse sin edad, sin repliegues en la piel. Desean cuerpos perfectos, plastificados, petrificados en una eternidad falsa. Pero sin arrugas.

Más que cuidar su cuerpo, anhelan entrar en una edad indefinida. Evitar que el tiempo deje su huella. Prefieren fosilizarse. Cuerpos remodelados que habitan lugares remodelados. Vidas llenas de objetos plastificados en los que el paso del tiempo es imperceptible. ¿Desean un presente eterno?

Acumulamos montañas de cosas que se reciclan porque están obsoletas. Y dejan hueco a otras cosas, igualmente inútiles y obsoletas. Un incesante afán de producción, transformación y acumulación nos está exigiendo exprimir las fuentes de energía que ofrece la naturaleza. Hemos devastado una parte del planeta en aras del progreso. Un progreso que nos promete más comodidad, más poder. Y una vida casi eterna. ¿Vemos espejismos? ¿Estamos consiguiendo con ello un mundo más feliz? ¿Hacia dónde vamos? ¿Sabemos vivir? 

Uno debe repensar la idea de progreso. No dejarse guiar por sus luces cegadoras. Tomar distancias. Permanecer apartado. Disfrutar de la sombra entre los pliegues de un mundo cada vez más iluminado. Mirar atentamente la actitud de personas como mi suegra Leonor. Viven muy alejados de los centros de poder. Pero en su ejemplo, lejos de los resplandores, se vislumbra el comienzo de un nuevo camino.

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