Arrugas

Pamplona, 7 de noviembre de 2022

Una niña pequeña ha salido del patio del colegio Iturrama de la mano de su madre. Tendrá tres o cuatro años. Se sientan en un banco de la plaza Félix Huarte, al pie de los juegos infantiles. La madre está desenvolviendo el bocadillo que va a merendar la niña. Llegan un hombre y una mujer mayores al mismo banco. La mujer mayor le da un beso a la niña. El hombre se sienta en el extremo del banco más distante. Por la familiaridad del trato interpreto que son sus abuelos.

La niña mordisquea el bocadillo. La madre intercambia unas palabras con la mujer mayor. Luego se marcha. La abuela luce un pelo rubio y brillante. Está tan repeinada que parece recién venida de la peluquería. La niña dice que tiene calor. La mujer mayor se levanta del banco para ayudar a la niña a quitarse su abrigo rojo. Le insiste en que le dé otro mordisco al bocadillo. La niña corre hacia las escalerillas del tobogán. El abuelo permanece inmóvil en un extremo del banco. Su mirada, ajena al ajetreo de la plaza, parece proyectarse más allá del frontón López.

La niña es nerviosa, ligera y muy dinámica. No para. De balancearse en el columpio, sin apenas descanso, pasa a trepar por una esfera configurada por un andamiaje de cuerdas. Luego se asoma por la ventana de una casita infantil. De vez en cuando, la abuela se le acerca con el bocata. Le dice que cuando se lo acabe le dará unas galletas de chocolate.

Cuando termina el bocadillo, la niña se acerca a su abuela hasta colocarse entre sus rodillas. Ésta, sonriendo, le hace una caricia en el pelo. Abre su bolso y saca un paquetito de galletas de chocolate. La niña la mira atentamente a los ojos. Le pregunta por qué tiene la cara tan arrugada. A la abuela, que andará por los setenta y tantos, le cambia el rictus. Repentinamente adquiere una expresión crispada. Con tono irritado le dice a la niña que eso no se dice. Que es de mala educación.

A uno le sorprende la reacción de la abuela. Pero no tanto. Todos sabemos que las arrugas en la cara son inapelables con el paso del tiempo. El envejecimiento constituye uno de los acontecimientos naturales más previsibles de la vida. Pero es un asunto que evitamos afrontar. Hay quien hace ímprobos esfuerzos por ocultar la decadencia física.

Cada vez más personas están dispuestas a introducirse materiales sintéticos debajo de la piel para lucir más jóvenes y hermosos. Torturarse la cara, el pecho, los muslos, las nalgas, los labios. Los ojos abiertos, pero sin expresión. La sonrisa forzada. La mirada desaparecida. Muecas de alegría o dolor. Pero sin arrugas.

La mujer se ha sentido desarmada por la inocencia de su nieta. Por el tono directo, claro y estridente de su pregunta. ¿Por qué tiene la cara tan arrugada? ¿Qué contestación puede dar la abuela a esta pregunta? Probablemente su respuesta, si se la hubiese dado, sería algo confusa y evasiva. Quizás, hasta le hubiese provocado cierto sentimiento de culpabilidad. 

¿Se avergüenza de su edad? ¿Piensa realmente que es más joven? ¿Prefiere engañarse pensando que su cara expresa solo 40, 50 ó 60 años? ¿Es el miedo a un evidente futuro menguante que no quiere reconocer? ¿Por qué nos cuesta tanto asumir la realidad?

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