Dando vueltas al Mundial de Fútbol

 Pamplona, 21 de noviembre de 2022

Todo sucede con gran celeridad. Termina la COP27. Y comienza el Mundial de Fútbol. En el telediario, tres minutos para informarnos de que no hay manera de tomar decisiones responsables ante una catástrofe climática de escala mundial. Y media hora para jalear el torneo futbolístico. Todo un tinglado económico que acontece, todos lo sabemos, en un país en el que escasean las libertades individuales.

En tardes como hoy, a uno le da por pensar que caminamos con los ojos cerrados, guiados por un grupo de embaucadores que siguen ordeñando este planeta en aras de la rentabilidad económica. Se ponen en marcha muchos mecanismos para acaparar nuestra atención. Se envían cien veces más periodistas a la inauguración del Mundial de futbol que a la Cumbre del Clima. Miles de horas de retransmisiones. Miles de aficionados de todos los países ahorrando durante todo el año para acudir al evento. Los más fervorosos cuentan su vida por Mundiales. Se respira una “hiperexcitación” al son de incentivos y aguijones espoleando por doquier a todas horas. Los máximos dirigentes del futbol extienden sus redes para sublimar las emociones, para apropiarse de nuestra atención. Para transformarla en lucro suyo.

Uno piensa en cómo debería hacer frente a esta usurpación de la atención. Cómo enfocarla hacia aquello verdaderamente importante. Hacia el mundo de lo tangible, de lo real. El acelerado mundo en que vivimos nos inclina hacia el atolondramiento. A muchos les cuesta discernir qué es lo sustancial. Estamos perdiendo pie. Nuestros abuelos vivían completamente pegados a tierra, en una existencia real. Nuestros hijos van despegando del mundo tangible para dar cada vez más importancia a marcos simbólicos sin aparente base material. Simbolismos diseñados de acuerdo con intereses ajenos que tienden a manipularnos. 

¿Por qué decidimos dar tanta importancia a algo tan simbólico como introducir un balón en una portería? ¿Por qué cedemos tan fácilmente nuestro control personal a cambio de que nos entretengan? ¿Concebimos el deporte, la política, la información, la vida, cada vez más, como un espectáculo? ¿Por qué tildamos de eventos históricos a hechos superfluos y pasajeros? ¿Por qué apenas ofrecemos resistencia a la manipulación? ¿Es lo más popular un espejismo? ¿Por qué atrae tanto un Mundial? ¿Por qué todos los países intentan potenciarlo? ¿Fortalece la cohesión nacional? ¿La necesidad de sentirse parte de un grupo que se deja llevar por el entretenimiento lo explica todo?

Denunció The Guardian que en la construcción de estos nuevos megaestadios en mitad del desierto fallecieron más de seis mil trabajadores inmigrantes. Más de cien muertos por cada partido que se va a disputar en el Mundial. Estadios amplios, lujosos, con aire acondicionado, que, debido al escaso arraigo cultural del fútbol en este territorio, tendrán difícil una utilidad posterior. 

Ayer, el anfitrión, Qatar, jugó con muchos futbolistas nacionalizados a golpe de talonario, el primer partido del Campeonato contra Ecuador. Hoy, Irán, en plena rebelión interna por la obligatoriedad institucional de llevar velo, se ha enfrentado a Inglaterra. Los británicos exhiben tenues protestas simbólicas en favor de los derechos de las mujeres iraníes y la comunidad LGTBI. Dos partidos desequilibrados, que han resultado poco interesantes en lo deportivo.

Percibo en mí una gran contradicción. Pienso que debería resistirme a arrastrar mi atención hacia las noticias del Mundial. Sería lo coherente. Pero me siento incapaz de ello. Acabo de informarme sobre cuál va a ser el próximo partido retransmitido. Voy enterándome de las flaquezas y fortalezas de los equipos participantes. Me agrada sumergirme en algunos cotilleos futbolísticos. Hasta hablo de ellos con los vecinos. Y los disfruto. Pero siento cierta culpabilidad. Me siento inclinado a comprar emociones, aun siendo consciente que rebajo mis principios éticos 

¿Debo focalizar mi mente en liberarme de estas recriminaciones? ¿Realmente debería emplear mi tiempo en algo más relevante? ¿Aquí también la virtud está en un punto medio? ¿Es un pedante quien desprecia el pan y circo? ¿Es siempre conveniente perseguir lo trascendente? ¿Conviene tolerar ciertas dosis de trivialidad? ¿O es que quiero envolverme en la arrogancia? ¿Voy buscando una posición de superioridad moral? ¿Soy un pobre ingenuo que persigue una quimera?

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