Halloween, ¿una oportunidad perdida?

Pamplona, 30 de octubre de 2022 

Desde hace semanas ya asoman por los escaparates de algunas tiendas disfraces adornados con calabazas y rostros de seres horrendos. Restaurantes que anuncian «platos espeluznantes». Discotecas que aseguran «fiestas de espanto». 

Hoy he visto niños embozados en sus máscaras, jugando a asustar a sus familiares a la salida del colegio. Hasta una profesora bailaba en torno a sus alumnos, disfrazada de mujer cadavérica con manos huesudas y uñas largas, sujetando una guadaña en actitud de espera. Una señora, tratando de personalizar la muerte con cara desagradable y tenebrosa. Teatralizando una escena para segar la vida de la persona ya elegida. 

No escapa Halloween al ansia de negocio. Se monta otro espectáculo. Nos ofrece una tentación más para dejarnos seducir por las redes del consumo. Zombis, fantasmas, disfraces, bailes. La muerte, que supuestamente era la parte central de la fiesta, se disfraza y se banaliza. Se trata muy superficialmente. Hasta en los colegios.

El día de difuntos, de gran raigambre en nuestro país, fue originalmente concebido para honrar a los muertos. Pero últimamente, solo los adultos siguen llevando flores a los cementerios y en algunos casos rezan una oración. Bajo el influjo del marketing de la cultura anglosajona, «Todos los Santos» va siendo suplantado por la fiesta de Halloween. En familia, se habla de qué disfraz comprar a los niños. Los jóvenes debaten dónde y cuándo se organiza la fiesta más interesante o con más glamour. Halloween se ha consolidado como un día más para salir a la calle a festejar. Angustiosa y pavorosa ha debido resultar esta celebración de Halloween hace unas horas en Seúl. Acabo de escuchar en la radio que probablemente se superará el centenar de fallecidos en una estampida humana en una zona de ocio de la capital coreana. 

Los disfraces facilitan emociones como el miedo. Pero se evita lo más trascendente. Esquivamos hablar de lo importante. En nuestro vocabulario, empleamos la palabra muerte de forma inconsciente y superficial: «morir de risa, de amor, de vergüenza o de miedo», «antes muerta que sencilla», «estoy de muerte»…

Hablar del morir y de la trascendencia del final de la vida física suele ser tabú. Provoca angustia. El tema no se toca. Y, cuando se hace, es desde el drama de la reciente pérdida de la persona, del miedo a lo desconocido.

Uno piensa que, estamos perdiendo una buena oportunidad para poder repensar la muerte. Reflexionar sobre la finitud de la vida. Hay quien se recrea con los escalofríos provocados por una imagen de la parca portando una guadaña. Halloween dificulta cualquier intento de hablar del morir de forma sosegada y tranquila. Incluso estimula el alejamiento de los moribundos. 

Contrasta este miedo con la confianza, que es la actitud más valiosa que deberíamos cultivar, tanto quien va a morir como quien le acompaña. Confianza en la vida y en el proceso del morir físico. Lo más natural del mundo. A todos nos llegará la hora. Acompañar con serenidad. Hablar con franqueza y compasión. Tratar de disminuir los miedos. Convertir el proceso del morir, en un suceso natural satisfactorio. Bien trabajado hasta puede ser agradable. Tanto para quien muere como para quien le acompaña.

¿Nos resulta tan insoportable la levedad del ser? ¿Por qué estamos perdiendo la oportunidad de hablar de la vida física y su final, del sentido de trascendencia? ¿Por qué no nos esforzamos por abordar estas cuestiones con naturalidad? 

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