La higuera y el suelo

3 de junio de 2022

Un corrimiento de tierras en un talud del río Sadar dejó al descubierto una gran roca. A su lado una higuera perdió parte de su fijación al suelo y quedó desequilibrada. Me ha asombrado su reacción. Sus nuevas raíces, las más tiernas, se han abrazado decididamente a la gran roca y, reptando por ella hasta su base, alcanzan ya un suelo rico y húmedo próximo al cauce. 

La raíz de esta higuera, que había crecido pacientemente a escasa profundidad en la horizontal al suelo, ha explorado la nueva orografía y ha buscado soluciones. Ha reaccionado. Al acercarse a la pendiente, envolviendo y agarrándose a la gran roca, ha contrarrestado su inestabilidad, alcanzando el suelo que le ofrece un nuevo asidero. 

La higuera, fragante, emite un tenue e inconfundible aroma. Sus verdes hojas, profundamente lobuladas, son acariciadas por la luz. En septiembre sus frutos volverán a ofrecer una inequívoca promesa de dulzura.

Vuelvo a mirar el espectáculo. La raíz se ha desarrollado con grandiosa fortaleza. Taladra, decidida, el suelo. La roca le da anclaje. El suelo, que nutre y ampara a la higuera, le soporta. Y estabiliza la roca. Mi mente se complace buscando simbolismos. La perseverancia de la higuera. La lucha por su supervivencia. El suelo que le reconecta a la vida.

El suelo nos pasa inadvertido. Suele sernos casi indiferente. Pero es la piel de la tierra. Un tapiz viviente. Suda, sujeta, intercambia, apoya, arraiga, ofrece adherencias. Los suelos beben, respiran, acogen, metabolizan, nacen, crecen, mueren. Vinculan lo viviente con lo inerte. La luz con el agua. La roca con el aire. El suelo, cuando crece, facilita que todo prospere. Es generoso. El suelo nutre, fertiliza, asiste, colabora, rejuvenece. Permite que sobre él se asiente lo vivo. 

El suelo va reciclando la vida. Espontáneamente. Sin prisa. Pactando equilibrios lentos con la naturaleza. Todo lo que hacemos va dejando huella en él. A veces, buscando mayor productividad, lo sobreexplotamos. Lo maltratamos y nos trastabillamos. Nos damos un trompazo. El batacazo suele ser mayor cuanto más aceleramos. El suelo en que caemos es el mismo en el que nos levantamos. Y para auparnos necesitamos su apoyo. Debemos seguir pisándolo bien para continuar caminando. Con paso firme.

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