Tengo que convivir con la enfermedad

23 de mayo de 2022

Me siento satisfecho. Hoy parecía no tener prisas. Esta mañana, Marimar y yo hemos hablado sosegadamente con el oncólogo, justo antes de empezar el quinto ciclo de quimioterapia. Aunque el panorama es sombrío, he salido con la impresión de haber abordado mi situación más definidamente. He optado por intentar crear un ambiente de confianza. Pese a la barrera de las mascarillas, he notado que el médico mantenía una expresión afable en la cara. Me miraba atentamente a los ojos. No hablaba con paternalismo. Se expresaba con naturalidad.

Le he dicho que quiero saber más. Que conozco, de una forma global, los mecanismos que acontecen en una metástasis. Que incluso podía comprender ciertos tecnicismos. Entiendo que hay incertidumbre. Que nadie sabe la evolución final que puede llevar la enfermedad. Pero desde su experiencia, con su intuición, su ojo clínico, le he pedido que me diese unas expectativas realistas. La evolución más probable. Le he planteado directamente varias preguntas. ¿A qué debo aspirar? ¿Puedo curarme? ¿O quizás resignarme a convivir con el cáncer? 

Yo, por fuera no me encuentro mal. Pero por dentro, el escáner (TAC) de mi abdomen ha revelado que los focos de metástasis hepáticas no se han reducido. Además, en esta ocasión, se observan nuevos micronódulos en los pulmones. Tumores sospechosos de ser pequeñas colonias de células malignas. El oncólogo ha tratado de insuflar esperanzas. Pero, mirándome tiernamente a los ojos, ha dejado claro que la curación es muy difícil. Su visión coincide con la que Joan Muriel, jefe de tumores colorrectales del Hospital Clínic, le apuntó a mi hija Inés. 

Con el cáncer siempre hay incertidumbre. Cada persona reacciona distinto al mismo tratamiento. A veces hay sorpresas. Pero me ha confirmado lo que ya sospechaba. Las mutaciones de mi ADN en un importante oncogén me han echado la soga al cuello. Han derivado en células cancerígenas muy agresivas. Trabajan decididamente y sin pausa para transformar células indolentes en malignas. Han adquirido la capacidad de viajar por mi cuerpo con facilidad. Se han hecho fuertes en el hígado y el peritoneo. Quizás han llegado ya a los pulmones. Padezco una metástasis con mal pronóstico. Ya me lo había comentado hace unas semanas Inés. Mi curación es muy difícil. Mi aspiración más razonable es la de convivir el mayor tiempo que pueda con la enfermedad. 

Es difícil calibrar mis expectativas de vida. Ciertos pacientes, en mi situación, sobreviven pocos meses. Y, el algún caso, más de cinco años. Hay muchos parámetros e interacciones que influyen en el desarrollo de la enfermedad. A veces van surgiendo mutaciones más agresivas. A veces menos. La resistencia de cada cuerpo a los venenos es muy variable. Pero la quimioterapia o inmunoterapia pueden dar muchas sorpresas. 

Padecer un cáncer implica un aprendizaje continuo. Un curso acelerado de vida. Desaparecen otras preocupaciones. Dejas de perder tiempo en cosas banales. Descubres que la vida no es un maratón. Que está compuesta por momentos. No hay que poner el piloto automático. Nada de dejarse arrastrar por las inercias. Vivir es lo urgente. Vivir el presente. Sin estar demasiado pendiente del pasado o del futuro. Lo que tengo es el aquí y el ahora. Hay que disfrutarlo con intensidad. Y agradecerlo. 

Mantengo la esperanza. Es probable que pueda vivir más tiempo que lo que predicen las estadísticas. Me cuido. Me alimento bien. Sigo las prescripciones médicas a rajatabla. Mantengo una condición física buena para estar en tratamiento. Los riñones me siguen funcionando perfectamente. Las analíticas sanguíneas, más allá de la devastación derivada del cáncer, no indican que presente problemas añadidos. Y anímicamente lo llevo bien. 

Tengo miedo. Pero el miedo se combate pensando con calma. Racionalmente. Trato de reducir la incertidumbre leyendo. Informándome. Escuchando atentamente a Inés todo lo que me va contando de la probable evolución de mi enfermedad. Ella está en contacto con alguno de sus compañeros médicos en Barcelona. Y sus opiniones coinciden con la de mi oncólogo. La situación es difícil. Habrá que ponderar los beneficios y riesgos de cada uno de los tratamientos posibles. Pero de momento, el reto es cuidarme para aumentar la probabilidad de que mi cuerpo aguante los ocho ciclos de oxaliplatino.

El cáncer separó mi pasado y mi futuro con una frontera nítida. Dinamitó mi vida el día que afloró. Ya no trabajo. De un día para otro, dije adiós al instituto, a las clases, a los alumnos, a los compañeros, a la alta montaña, a los viajes lejanos, a muchas rutinas de muchos años. Con lo que me queda por recorrer, dudo que vuelva a trabajar. Ya no aspiro a curarme. Ojalá este cáncer me dure mucho tiempo domesticado.

Pero la vida sigue siendo maravillosa. Incluso en la adversidad. Con un cáncer metastásico. Aunque amanezcan días grises, aspiro a seguir arrancando jornadas felices. Tengo que convivir con la enfermedad. Rediseñar mis objetivos. No quiero perder más energía en quejarme por haber tenido mala suerte. No voy a dimitir de mi vida. Quiero ser el protagonista de mi nueva andadura.

No sé cómo será el camino. Pero me siento acompañado. Mi oncólogo, Marimar, Inés y todo mi entorno formamos un buen equipo. Pensar que estamos haciendo lo posible por mejorar mi situación me ayuda a vivir más tranquilo.

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