Relaciones sociales y cáncer

 11 de junio de 2022

Yo no elegí el cáncer. No lo deseo para mí. Ni para nadie. Pero una vez que lo tienes, de nada sirve negarlo. No quiero ser una carga para nadie. ¿Cómo debo actuar? ¿Debería esconderme para no incomodar?

El cáncer pone a todo el mundo a prueba. Es muy variable la actitud que observo en los que me rodean. Algunos se muestran indiferentes. Evitan hablar de la enfermedad. No saben o no quieren pensar que, en cualquier instante, un duro diagnóstico les puede hacer navegar en un mar de incertidumbre.

Otros son supersticiosos. O demasiado temerosos. Es difícil reaccionar ante la desgracia ajena. Aunque aprecio su deseo de aliviar, su afán por facilitar las cosas, no logran pronunciar las palabras adecuadas. Algunos tratan de insuflar un optimismo irracional. Otros me dicen que esto no es nada. Que a su hermana le pasó y ahora está estupenda. Que la ciencia ha avanzado mucho. Que no es para tanto. Soy consciente que pretenden ayudar, consolar. Abordan la enfermedad como si tuviese una gripe. Pero no es real. Quitarle importancia a lo que ocurre no me ayuda. Y más cuando me enfrento cara a cara con la posibilidad de morir. A veces detecto miedo. Vislumbro la falta de seguridad en mis interlocutores. Y muchos de estos detalles los percibo en silencio.

Hay quien insiste en mantener una actitud positiva. Buen consejo. Pero por mucha voluntad que se ponga, por mucha fe y mucho positivismo que se derroche, hay cosas que no se curan. No pretendo aguarle la fiesta a nadie.  Generalmente mantengo buena actitud. Cada vez más. Pero si en ocasiones no lo logro, quiero evitar el pensamiento de que, si no sano, no será por mi culpa.

Uno siempre se ha pensado mucho con quién compartir. Muchas veces he preferido estar solo que mal acompañado. Suelo llevarme bien conmigo mismo. Las relaciones sociales para un enfermo de larga duración no son fáciles de sobrellevar.

En el momento del diagnóstico y en las jornadas inmediatamente sucesivas no me faltó compasión. Muestras de simpatía de cuya sinceridad no admitían duda. Pero tales manifestaciones afectuosas tienen fecha de caducidad. Al pasar unos meses la enfermedad se ha convertido en un asunto engorroso. Los hombros sobre los que apoyar la decrepitud van escaseando.

Familiares o amigos me llaman para interesarse por la evolución de mi enfermedad. Quieren oír que todo va bien. Desean una respuesta que certifique una aparente normalidad. Una garantía de que todo evoluciona estupendamente.

Es muy duro afrontar una situación adversa. Es espantoso. Yo quiero llevar la enfermedad con normalidad. Sin ocultar la incertidumbre. Pero por mantener cierto decoro, por evitarles una carga emocional, ante algunas personas comento lo que quieren escuchar. Les doy un parte de buena salud. Todo va muy bien. Y entonces me siento fatal.

Algunos siguen insistiendo con el “¿qué tal estás?”. Me miran con gesto compasivo. Pero ni ellos ni yo deseamos mayores efusiones. El triste asunto ha sido comentado cuanto corresponde. Ya no hay nada que añadir.

Una cosa es pretender estar bien. Y otra distinta, estar bien. Hay mucha diferencia. No quiero darme pena. No quiero morir en vida. Tengo todavía muchas cosas que hacer.

La vida tiene que continuar. Por mucho que sufra, mis tribulaciones no pueden obstaculizar el camino de los demás. Si me pongo pesado, si me desbordo en lamentos extemporáneos, quienes me visitan me darán la espalda.

Uno intuye que necesita un entorno tranquilo. Alejarse del mundo. Demasiado ruido estropea los tímpanos. Demasiado esfuerzo lastima un cuerpo cansado. Prefiero aislarme. Rodearme de silencio. La compañía, bien seleccionada. Sociabilidad, la justa. El consuelo verdadero proviene del entorno más próximo. Y tengo suerte. Porque mis apoyos más cercanos son excelentes.

¿Es razonable lo que pienso? ¿Lo estoy haciendo mal? ¿Me doy demasiada importancia? Lo que me pasa no es algo único, trascendental. Enfermar es la cosa más corriente del mundo. Todos terminan enfermando. No quiero ir por ahí dando monsergas. Provocando congojas. Mejor sentirme cómodo. Hacer de mi capa un sayo.

Comentarios

  1. Josean, soy Pedro Antonio. Desde que me enteré de tu enfermedad ( en la comida de jubilación de hace tres semanas) llevaba tiempo dándole vueltas al mejor modo de contactar contigo y he considerado que esta entrada de tu blog - era la forma más apropiada de hacerlo.
    Tus reflexiones acerca de cómo conllevar las relaciones con amigos y familiares me llegan muy dentro y de alguna forma comparto. Además de la terrible realidad de la enfermedad tienes que sobreponerte para atender muestras de cariño, apoyo o compasión de muchos de nosotros. Parece que es obligado mostrar una entereza y serenidad que muchas veces no apetece - ¡malditas las ganas!-. No voy a hacer más comentarios pero que sepas que me tienes entre mis pensamientos . Por si en algún momento te apetece hablar, tomar un café o algo mi teléfono (687623313) o whatsapp está abierto para ti cuando quieras.
    Me acuerdo de tus hijos sobre todo del aeronáutico del que me hablabas muchas veces.
    Un abrazo fuerte

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Galería de evocaciones del pasado

En torno a las ruinas

Dando vueltas al Mundial de Fútbol