Belleza, la mirada adecuada

 21 de abril de 2022

La nieve me ha acompañado después en bellísimas jornadas de alta montaña. Buscaba naturaleza intacta. Abrir camino con paso firme hacia los paisajes blancos. Aquellas excursiones me apasionaban tanto que, para tratar de retener las emociones, me dediqué un tiempo a reseñarlas. Actualmente solo conservo un cuaderno que titulé “Caminando por los ibones del valle de Tena”. Lo escribí en 1994. Hoy, en esta mañana de frío y nieve, me he entretenido releyendo parte de aquellas experiencias blancas.

Voy a transcribir una de las que me han parecido más poéticas. Me ha hecho revivir la emoción que siempre he sentido subiendo a las montañas. Lo escribí en una caminata desde el balneario de Panticosa al ibón de Bachimaña Alto, a 2200 metros de altitud, el día uno de mayo de 1994. Hace ya 28 años.

“Agua, movimiento, agua. El agua, motor de vida, ha comenzado a fluir. El sol es el carburante que la pone en marcha; la nieve, su reserva. Cascadas que bullen, aguas apresuradas, estruendo de primavera.

Panticosa, regio escenario: abrupto, bravío, salvaje. Hoy tus aguas se despeñan cantando. Mis sentidos vibran ante el dinamismo y la vitalidad de tu paisaje. El camino a Bachimaña está de sueño. Miro el granito, sus líquenes tatuados, enormes bloques, angostas gargantas, rocas aborregadas donde el agua tropieza bramando con estrépito.

Ya en Bachimaña el paisaje es estático. El murmullo del agua se ahoga bajo el manto nival. Aquí todavía es invierno. El ibón descansa bajo una sábana blanca que el sol irá desvaneciendo.

Contemplo un reino de severidad y rudeza. El sol, la nieve, el hielo y la roca imponen su ley; una ley de silencio y quietud para el deleite de mi espíritu”.


2 de abril de 2022

Hoy, que está nublado, veo desde mi ventana mayor número de detalles en el paisaje que en los días soleados. Me fijo en los claroscuros que esboza el verdor de las hojas de los castaños de Indias que enfilan la calle San Juan Bosco. La luz viva resalta ciertas particularidades en detrimento de otras, que quedan en la sombra. La media luz de esta mañana nublada pone a todas las hojas en el mismo plano. Rescata de la penumbra los verdores más ocultos. Ciertas inteligencias medianas ven con mayor precisión y con mayores matices la realidad humana, ya que las inteligencias más luminosas suelen ver solo lo esencial. Uno piensa que lo mismo sucede con la enfermedad. Sufrir dolor, en cierto grado, equivale a mirar en un día nublado. El que siempre ha gozado de una salud de hierro no puede advertir ciertas tonalidades que colorean nuestro mundo.


20 de abril de 2022

Josean con un amigo en Gran Paradisso, Alpes

Josema Erviti me ha llamado para interesarse por la evolución de mi enfermedad. Me ha comentado que, aprovechando la semana de vacaciones de carnaval, viajó con su mujer y su hija a Laponia para ver la aurora boreal. Hicieron un importante esfuerzo económico. La meteorología les fue adversa. Y regresaron sin disfrutar de sus verdinosos colores.

La conversación me ha provocado una reflexión. Uno tiende a pensar que la belleza queda enaltecida por la fugacidad, por la limitación, la dificultad, el esfuerzo dedicado a superar el obstáculo de observarla. ¿La exclusividad, el privilegio de ser uno de los pocos que tienen acceso a esa belleza, incrementa su valor?

Al ascender una montaña por una ruta exigente valoras mucho más la panorámica contemplada desde la cumbre que si subes cómodamente en teleférico. O descubrir que te mira un ciervo en el bosque, solo durante un mágico instante, es una experiencia bellísima.

Probablemente los obstáculos para la observación se van rellenando con imaginación. Y lo imaginado termina siendo más bello y perfecto que la realidad. ¿Es por eso que resulta más atractivo lo que se intuye que lo que realmente se ve? ¿El poder de la belleza queda resaltado por la limitación?

También sucede con la memoria. El paso del tiempo actúa como un obstáculo. Difumina y va modificando lo recordado. Y así vamos reconstruyendo historias mejores de lo que fueron en realidad. ¿Es por eso nos seducen tanto los mitos?

Uno piensa que tendemos a sobrevalorar lo más raro, lo más insólito. Chispazos muy fugaces de la vida. Y tendemos a infravalorar la belleza de lo cotidiano. Pasamos por muchos lugares habituales con nuestra capacidad de observación casi totalmente desmantelada. Ensalzamos lo extraordinario y prestamos escasa atención a lo más corriente. Pero, si lo pensamos bien, contemplar detenidamente un humilde pino que brota cerca de nuestra casa puede llegar a ser un ejercicio asombroso. Mucho más si nos esforzamos por buscar la mirada adecuada.

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