Ciclos temporales y vitales

 13 de mayo de 2022

Mi suegra Leonor todavía mide el paso del tiempo en forma de ciclo. La romería de Santa Elena, la fiesta de El Pilar, San Miguel, o Santa Orosia son referencias del ciclo anual. Su padre y hermanos trashumaban con el ganado. Vivir pegado a la tierra ayudaba a pensar el tiempo en forma de ciclos estacionales.

Ahora que vivimos de espaldas a la naturaleza, tendemos a medir el tiempo linealmente. Como una flecha. Pasado, presente y futuro. Segundos, minutos, horas. Uno encuentra un equilibrio muy saludable en la contemplación simultánea de ambos modos temporales. El tiempo puede pensarse lineal o cíclicamente.

Todo fluye. El movimiento constante, ordenado y paciente produce sus frutos. Repetir introduciendo pequeños cambios. Y volver a repetir con leves mejoras. Todo lo esencial parece cíclico. Se repite con tozuda constancia.

Así funciona la vida. Cuando nuestros antepasados frotaron una vez un palo no lograron casi nada. Cuando lo frotaron muchas veces lograron una punta. Crearon una flecha. Con insistencia, frotando más, descubrieron el fuego.

La evolución natural también actúa así. Nacemos con un patrimonio genético con ligeras modificaciones respecto a nuestros progenitores. Y la selección natural va trabajando generación tras generación, construyendo la complejidad de lo vivo.

Los ritmos biológicos se adaptan a los ciclos geofísicos coordinándose con ellos. Los seres vivos han creado relojes en sus células para adaptarse al ciclo día-noche. El ciclo de Krebs facilita la obtención de energía en las células. Y este ciclo se sincroniza con otros ciclos metabólicos. Estos engranajes a su vez engarzan con otros engranajes. Así se configura un gigantesco organismo compuesto por millones de partes móviles coordinadas.

La naturaleza explota una red de ciclos que funcionan a escala temporal o espacial. La razón por la que observamos tantos ciclos se relaciona con su efectividad para generar sistemas ordenados. Se organizan solos. ¿Quién  organiza una colmena de abejas? ¿Quién ordena sus moléculas en los cristales de los minerales para que muestren esas estructuras tan simétricas o cíclicas?

Los motores de combustión interna revolucionaron el transporte. La clave de su eficacia fue conseguir hacer un trabajo para volver a su posición original. Y repetir este ciclo incesantemente.

Un semáforo ordena al tráfico mejor que si se circula al libre albedrío. Los ciclos generan orden. Ahorran energía. Permiten una mayor eficiencia. Fluctuaciones, ondas o vibraciones siguen un orden en forma oscilante. Abundan los ritmos en una naturaleza que demuestra a cada instante su enorme capacidad para crear complejidad.

Con claro propósito de mantenerse autoorganizados, los ritmos cíclicos parecen surgir espontáneamente. Son recurrentes. Se forman ciclos metabólicos, del agua, el carbono, el nitrógeno, el fósforo… Aparentan tener vocación de eternidad.

Intuyo que la belleza tiene relación con los ciclos. Sigue unos patrones, a veces ocultos, que somos capaces de predecir. La música tiene simetrías y tramos cíclicos en sus melodías. La poesía tiene ritmo. Y el corazón.

La vida se recicla. Pero las jodidas células cancerígenas que se han rebelado en mi cuerpo han pasado de un modo cíclico a otro lineal. Han desobedecido a su naturaleza. Se dividen continuamente. Sin retornar a su posición inicial de reposo. Y el desorden que originan puede provocar la muerte del cuerpo que les alberga.

A uno le alivia tomar cierta distancia y verse como una minúscula parte del eterno retorno de los ciclos. El final de mi cuerpo va a ser parte natural de ese proceso. Pensar así ayuda a aceptar la muerte.

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