Crónica de una jornada hospitalaria

 27 abril 2022

La prueba PCR de ayer salió negativa. La analítica reveló que el nivel de coagulación en sangre era aceptable. La ecografía de esta mañana ha indicado que mi corazón está resistiendo los venenos de la quimioterapia sin excesivo daño. No obstante Isaías Curiel, el cardiólogo, me ha citado en agosto para otro nuevo control.

Como las venas de los brazos las tengo muy castigadas, me han administrado suero pinchando una vena en la mano izquierda. En el quirófano, con anestesia local, me han practicado una incisión en la piel por debajo de la clavícula derecha. La operación para implantarme un Port-a-cath ha durado 50 minutos. Tras darme los puntos de sutura, la doctora A.A. me ha comunicado que la intervención se ha desarrollado sin contratiempos. Que debo quedar ingresado en observación tres horas más para descartar un neumotórax.

Un Port-a-cath es un aparato que dispone de un reservorio de titanio, un puerto del tamaño de una moneda de un euro, que me han colocado por debajo de la piel. Está conectado a un catéter de silicona que ofrece un acceso permanente al torrente venoso a la altura de la subclavia. Facilita la extracción de muestras de sangre, la administración de medicaciones, nutrientes o productos sanguíneos. Reduce las molestias asociadas a las hemorragias, a la repetición de punciones, o la incomodidad de un catéter externo.

En los últimos tres meses he recibido más pinchazos en las venas que en mis 58 años anteriores. Como parece que voy a seguir necesitando múltiples análisis, y soy firme candidato a seguir inyectándome venenos por un largo periodo, el Port-a-cath es un interesante artilugio que aminora los riegos de lesiones en los vasos sanguíneos. Con él es más difícil que los productos de quimioterapia se extravasen.

Antes de abandonar la sala de operaciones, con voz pausada y gesto serio, una enfermera me ha informado de las posibles complicaciones postoperatorias. Puedo sufrir infecciones, trombosis, migración del catéter, extravasación de soluciones medicamentosas, tromboflebitis o rotación del reservorio. Aunque lo único habitual es padecer ligeras molestias en la zona del implante que remiten en un par de días.



Un locuaz camillero de la clínica, un contumaz bromista que ya me había trasladado anteriormente a quirófano en la biopsia de colon, ha provocado mi sonrisa. Me ha aconsejado que cada vez que vea ese bulto en la piel que sobresale del pecho, lo considere como un mérito, como una condecoración de la batalla por reconquistar mi salud. Me ha dicho que portar uno de estos aparatos equivale a obtener una licenciatura. Que celebre haber logrado hoy el título de enfermo profesional. Que hay pacientes más avezados, con varios masters finalizados. Que conoce uno, con tantas horas de hospital, que calibra a los médicos con una mirada. Que dirige el tráfico de camillas cuando hay atascos en los pasillos. Que engatusa a las enfermeras. Y que a sus compañeros achacosos los diagnostica según percibe su voz, por una leve inflamación de un nervio, por el tono de su piel, por un inusitado temblor, por una mirada acongojada o hasta por el entusiasmo con que los ve comer.

Durante las tres horas de postoperatorio me han hecho una radiografía para descartar un neumotórax. La doctora A.A. me ha dado el alta a las cinco de la tarde. Marimar me ha acompañado, alegre y pacientemente, durante toda la jornada hospitalaria.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Galería de evocaciones del pasado

En torno a las ruinas

Dando vueltas al Mundial de Fútbol