¿Cómo expresarle mi gratitud a un paisaje?

16 de mayo de 2022 

Hoy he regresado al Sobrarbe. Mis ojos, emocionados y añorantes, han vuelto a mirar hacia sus grandes cumbres, perfiladas muy altas en el horizonte. Siguen ahí, magníficas. Mostrando sus potentes bastiones calcáreos, alzándose hacia el azul. Monte Perdido es el punto álgido.

Lugares llenos de recuerdos. Descubrimientos, aventuras, ventiscas, paisajes desbordados de belleza, personas queridas. Muchas vivencias forjadas en las alturas de estas montañas.

Monte Perdido fue el primer “tresmil” que ascendí. Su vertiente sur, muy concurrida, vigila el valle de Ordesa. Por su umbría, más venturosa de recorrer, todavía resiste un glaciar colgado hacia Pineta. Paisaje duro. Silencioso. Relieve muy vigoroso. Un caos de rocas calizas laceradas por el frío. Grietas en la nieve, franjas de hielo resplandeciente que siempre me evocaron potentes sentimientos. Allí arriba vibra la grandeza original de la tierra.

Ascender glaciares siempre me impresionó. El simbolismo de la alta montaña, la fascinación del descubrimiento. El silencio, los brillos, la pureza, la intensidad de la luz. Una profunda experiencia de libertad. Alejados de convencionalismos sociales y ataduras, con pocas normas establecidas, íbamos recorriendo una naturaleza intacta. ¿Cómo explicar a un extraño aquellos madrugones, aquellos sacrificios, aquellos fríos intensos?

Glaciar Perdido

Crecí soñando y viviendo muchas aventuras entre los humildes glaciares pirenaicos. Glaciares modestos. Pero es esa modestia lo que conmueve. Aunque después he remontado glaciares más extensos en los Alpes o en los Andes, siempre me he sentido más vinculado emocionalmente a los hielos perennes que alentaron mis primeras ilusiones: Monte Perdido, La Maladeta, Vigñemale…

Como sucede en casi todas las cordilleras del mundo, los glaciares pirenaicos están menguando. Se desaguan en enérgicas torrenteras, cascadas presurosas que se desploman hacia los valles. El calentamiento global provoca que vayan fundiéndose a gran velocidad. El incremento de las temperaturas que los está exterminando se debe, en gran medida, a nuestro acelerado estilo de vida.

Uno no se opone al progreso. Pero pienso que la alta montaña es mucho más que obras hidráulicas y turismo. Transmite valores y significados muy hondos. Fragua identidades. Fortalece personalidades. La belleza intacta de alta montaña sigue forjando sueños. Sigue dando soporte y sentido a muchas vidas.

El glaciar de Monte Perdido, uno de mis primeros y más evocadores anhelos pirenaicos, se debilita. Exhibe su fragilidad, igual que yo. Juego a buscar vínculos que me hermanen todavía más con él. La mente establece paralelismos. Ambos somos parte de una naturaleza quebradiza. Hemos coincidido en el tiempo y el espacio. Siento ese pálpito, esa sincronía. Siento la necesidad de saldar una deuda. ¿Cómo expresarle mi gratitud a este paisaje? ¿Cómo rendirle un homenaje?

Con mi hijo Martín y mi amigo Israel, el verano pasado.
Detrás, el glaciar Perdido

Vuelvo a revivir la tensión del primer ascenso, tratando de buscar la mejor ruta para librar grietas ocultas. El sonido rítmico de los crampones mordiendo el hielo. El valor del esfuerzo de una aventura compartida. Superadas las dificultades, todavía gozo al recordar la calma respirada en el pequeño lago helado, en el cuello entre El Cilindro y Monte Perdido. Una naturaleza virgen, cargada de hielos perpetuos. Me regodeo ahora también con mi última ascensión al mejor mirador sobre el glaciar de Monte Perdido, el pasado agosto junto a Martín e Israel, la cima del pico Pineta. Fue una ruta más sencilla, placentera pero intensa.

Todo cambia. Todo es perecedero. Nada es eterno. El glaciar de Monte Perdido agoniza. Oculto en el valle de Pineta, el incremento de temperaturas amenaza seriamente su supervivencia. Y yo me encuentro ahora sin fuerzas suficientes para postrarme en su lecho. ¿Cómo retener aquellos momentos tan queridos?

Ya que no puedo recorrerlo, debo conformarme con acercarme a sus dominios, con evocarlo de vez en cuando, con visionar viejas fotografías que ratifiquen mi memoria, ¿fue todo aquello real?

¿Por qué uno se siente tan ligado a un paisaje? No lo sé. Uno piensa en lo importante que es vivir en armonía. Generando resonancias. Inmerso en la naturaleza. Vinculado a sus afectos.

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