Paciente y médico

11 de abril de 2022

Tendido en un sillón de una pequeña habitación del hospital me han atado, a las ocho y cuarto, a una máquina desde el que cuelga una bolsa de suero que contiene un preparado líquido de oxaliplatino. Este veneno va goteando a un ritmo pautado por un tubo. Sigue descendiendo hasta fundirse con mi sangre en el brazo izquierdo. La vena inyectada se ha ido inflando poco a poco. Es ya mi tercera vez. En la primera me tranquilizó el pensamiento de estar iniciando mi andadura hacia la recuperación.

Hoy me noto malhumorado. Para administrarme la quimioterapia me han vuelto a pinchar en vena porque en las tres semanas anteriores no han encontrado un hueco para para instalarme un reservorio, un catéter bajo la piel. El mosqueo aumenta porque me han clavado la aguja dolorosa y deficientemente. Por ello de vez en cuando el flujo de oxaliplatino se obstruye y la máquina emite un pitido. Las enfermeras trajinan aceleradamente. Hay más pacientes que otros días. Se nota que la festividad de Semana Santa está al caer. Tras el oxaliplatino me suministrarán por primera vez Bevacizumab. Me siento como un drogadicto con mono de información.


Ha pasado a visitarme el oncólogo. Ha pasado fugazmente. Ha pasado menos tiempo conmigo del que me gustaría. Con una mirada huidiza. Ya traía preparada la receta con las pastillas para el próximo ciclo de quimioterapia. Y me provoca desconfianza sospechar que me ha administrado Bevacizumab, no por iniciativa propia, sino porque Inés se lo ha sugerido.
Pienso en la asimetría de nuestra relación. Él para 
 es importantísimo. Toma decisiones sobre el mayor problema de salud de mi vida. Pero yo debo ser solo un incidente rutinario en su dilatada experiencia.


Me gustaría que hablase más conmigo, que se preocupase un poco más por conocer mis circunstancias, que me contase con más detalle las alternativas que maneja para controlar mi enfermedad. No es que me desatienda. Pero pasa informándome lo justo. Soy yo el que intenta sonsacar sus intenciones. Me incomoda la idea de ser un abusón. Es probable que en diez minutos tenga otro paciente arrastrando otro cáncer. Y poco después, otro.


Trato de reducir mi ansiedad. Respiro pausadamente. Focalizo mi mente en buscar mayor sosiego. Me concentro el paisaje que se observa tras la ventana. Más allá de las edificaciones, sobre el césped, se alzan tres hileras de árboles que exhiben una amplia gama de tonalidades verdes. Verdes amarillentos, verdes azulados, verdes grises. El césped, verde brillante e intenso. Me voy relajando.


La máquina emite un pitido. Esta vez no es por una obstrucción del flujo de medicamento. Es un aviso de que la bolsa se ha vaciado completamente y toda la dosis del veneno ya circula por mis venas. Entra una enfermera sonriente. Promete que en cinco minutos me quitará la aguja del brazo y me desconectará del Bevacizumab. Son la una y cinco. Casi cinco horas con la aguja inyectada en vena. Inicialmente me han introducido sueros preparatorios con Urbason y Aprepitant. A continuación, los productos citotóxicos, oxaliplatino y Avastin. Para finalizar otro suero limpiador. En estas cinco horas me han acompañado Marimar y la lectura de “Hombre lento” de Coetzee.


Intento ponerme en el lugar del médico. Entiendo que pretenda mantener cierta distancia. El lastre emocional de un oncólogo que se implica profundamente con sus pacientes puede ser excesivo. Liberado ya de la atadura que une mi brazo con la bolsa de suero me pregunto, ¿qué puedo hacer para manejar mejor esta situación?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Galería de evocaciones del pasado

En torno a las ruinas

Dando vueltas al Mundial de Fútbol