Galería de evocaciones del pasado

 9 de mayo de 2022

Hoy he regresado a La Chantrea. He paseado por la calle Huarte Araquil. Hacía muchos años que no la pisaba. Muchas comunidades de vecinos han instalado ascensores hacia el exterior de la fachada. Al llegar al portal número 3, me he detenido. Desplazando lentamente mi mirada hacia cada una de las ventanas de cada piso. De izquierda a derecha y del primero al quinto, he tratado de recordar los nombres de quienes fueron mis vecinos durante las dos primeras décadas de mi vida.

Llaves en mano, se ha acercado a la entrada del portal una mujer con una voluminosa bolsa de la compra. La he abordado para preguntar si seguían viviendo allí los Labairu. O la familia Zabaleta. O alguna hija de los Moreno. O quizás un nieto de los Zapata. La señora, muy amable, me ha contado que lleva residiendo 25 años aquí. Que conoce perfectamente a todos los vecinos actuales del portal. Pero ya no reside allí nadie de los que yo conocí. 

Contemplo la pista de cemento ubicada frente al piso en que viví mi niñez. Los chopos que la envuelven han crecido muchísimo. Sus ramas ensombrecen las ventanas de los pisos adyacentes. Me da la impresión de que sus dimensiones han encogido. La veo solitaria y destartalada. Se ha desvencijado la barandilla sobre la que dábamos volteretas y nos agarrábamos jugando a “la cadena”. Allí dimos miles de vueltas con el triciclo, con las bicicletas. También deslizándonos sobre los patines, trazando perseverantemente estas curvas, dejábamos transcurrir el tiempo desde la merienda a la cena. 

Atravieso las calles Goizueta y Milagro para alcanzar la escuela donde aprendí a leer y escribir. El patio del colegio María Ana Sanz, rebosante de alboroto infantil en los recreos que viví hace cincuenta años, es ahora un aparcamiento de coches. No encuentro bullicio por ninguna parte. Veo mucha gente mayor. Y bastantes inmigrantes. 

Mientras comen un bocadillo, charlan animadamente un grupo de trabajadores sudamericanos en un banco de la plaza Puente La Reina. Junto a ellos un chico joven recorre el interior de un jardín conduciendo un ruidoso cortacésped. Los dos bares de la plaza siguen conservando el mismo nombre que hace 60 años. El “Luis” y “el abuelo”. Entro a tomar un café en “el abuelo”. Me atiende un camarero de origen chino.

Plaza Puente la Reina, Chantrea

Llegan al bar dos jóvenes con libros y carpetas en las manos. Hablan en euskera. Estudian en el instituto Irubide. Recuerdo con cierta nostalgia mi paso por aquel centro. Años de rebeldía, con gran agitación social y cultural. Intento situar a muchos compañeros con los que perdí contacto después de compartir tiempos felices. Y a profesores. 

Evoco a Mónica y a Merche Manero, dos jóvenes y animosas profesoras de Geografía, que nos descubrieron Madrid, nos llevaron al teatro, y a la catedral de Toledo. También a Jesús Amado, un magnífico profesor de Física que, al conocer mi afición a la montaña, me dedicó una clase especial y me regaló unos apuntes que ahondaban en la física de la escalada, un estudio de las fuerzas que componían los distintos nudos de seguridad de la cuerda. Y las clases de Lengua de Santiago Arellano, que me tentaron, a pesar de ser de ciencias, a iniciar en la universidad una carrera de letras. Agradecía su confianza. Nos trataba como a adultos. En las clases de COU planteaba trabajos con un sentido que, si querías entrar en profundidad, te desvelaban una realidad que iba más allá de lo académico.

Camino hasta la iglesia de Santiago, hoy cerrada. Y a su lado, las campas de Irubide, muy concurridas en aquellos años. Allí preparábamos calderetes en las fiestas de fin de trimestre del instituto. También disputábamos campeonatos de fútbol en los que los equipos se organizaban según la calle de residencia. Era un honor representar a nuestra calle. Recuerdo partidos de mucha competencia, con el campo rodeado de exaltados animadores.

La extensión de la hierba ha ido menguando en aras de mejorar los caminos, ahora más anchos, con mejor firme, menos embarrados. Contemplo el tapiado del antiguo colegio de las Josefinas, donde estudiaron mis hermanas. Sólo el tímido gorjeo de un gorrión interrumpe el silencio.

IES Padre Moret, Irubide

Todo cambia. Todo se mueve. Me he dejado hipnotizar por la lejanía del tiempo. Lo vivido aquí en mi niñez y adolescencia no es ya más que una galería de evocaciones. La bruma de mis recuerdos infantiles me provoca una extraña resonancia interna. 

Me cuesta creer que todo lo que envuelve la vida sea tan fugaz. El hombre solo ha estado presente en una infinitésima parte de la existencia del universo. Y mi recorrido, dentro de la historia humana, es solo un brevísimo soplo. Una menudencia. Un exiguo y efímero accidente. Se van diluyendo en la nada mis primeros pasos. A pesar de ser muy consciente de mi pequeñez, valoro que sigo trazando un camino singular. Soy único. No ha habido ni habrá otro como yo. Quiero seguir andando. Hacia adelante. Mientras pueda.

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